La cima invisible
—¿Hasta dónde crees que puedes llegar? —le preguntó el anciano, sin levantar la vista.
El joven dudó.
Miró el sendero que desaparecía entre la niebla.
Había subido durante horas. Las piernas le temblaban, y su pecho ardía.
—Hasta aquí, supongo… ya he llegado lejos.
—¿Lejos? —respondió el anciano con una sonrisa leve—. Solo has llegado donde creías que podías.
El joven no entendía. Estaba agotado. ¿Qué más se suponía que debía hacer?
Entonces el anciano señaló la niebla.
—La cima no está donde se ve. Está más allá. Siempre más allá. Y solo la alcanza quien sigue… incluso cuando no la ve.
El joven guardó silencio.
Dio un paso.
Luego otro.
Y otro.
No porque tuviera fuerzas.
Sino porque decidió que no era su cuerpo quien marcaba el límite.
Era su mente.
Y su mente, por primera vez, eligió creer.
Subió sin saber cuántos pasos más quedaban.
Subió sin certezas, solo con fe.
Y cuando al fin la niebla se despejó,
cuando la pendiente cedió y todo quedó en silencio,
giró la cabeza…
…y vio el camino recorrido.
Toda esa distancia que, horas antes, su mente le había dicho que no podría recorrer.
Estaba en la cima.
Y entendió que la cima no era el final.
Era la prueba de que había sido capaz de ir más allá de sí mismo.
Y tú, ¿Cómo vas a afrontar tu próximo reto?